Su sorpresiva caída a manos del peronista Sergio Massa, en las elecciones del domingo pasado, ha obligado a un triunfalista Javier Milei a guardar la motosierra con la que acabaría con la «casta política», que empuñó durante toda su campaña electoral y con la que entusiasmó a sus más fervientes simpatizantes.
Antes de su derrota, era Milei contra toda la estructura política argentina, que incluía a su nueva aliada Patricia Bullrich. El golpe electoral que lo relegó casi 7 puntos abajo de Massa, le movió el piso y lo transformó en un comedido político que manda figuras de leones y patitos a través de sus redes sociales a sus nuevos aliados, a quienes apenas hace una semana no quería acercarse.
Su transformación ha llegado a extremos de invitar a la izquierda a ser parte de su gobierno y le ha ofrecido incluso un ministerio a los que llama despectivamente «zurdos de mierda» o «comunistas».
Milei es ahora el rostro de la moderación y la empatía con izquierdas y derechas que hace poco solo eran parte de una estructura a la que hay que borrar de la Argentina. Ahora señala que todo era una puesta en escena y que el enemigo real es el kichnerismo. “Vengo a dar por terminado el proceso de ataques y hacer tabula rasa para terminar con el kirchnerismo. Más allá de nuestras diferencias, tenemos que entender que enfrente tenemos una organización criminal”, dijo el domingo un Milei derrotado.