Cada 1 de noviembre, Tonacatepeque, un pueblo del departamento de San Salvador, vive una fiesta inspirada en las leyendas indígenas, fusionada con la tradición cristiana del Día de Los Santos y con ribetes del Halloween gringo. Los disfraces de la Siguanaba, el Padre sin cabeza, el Cipitío, la carreta chillona, el cadejo y otros de la mitología cuscatleca, conviven con otros personajes más convencionales y con motivos de películas de terror al estilo Holliwood.
La historia no define la fecha o el año exacto cuando inició la tradición de la Calabiuza que, en términos linguísticos se asemeja los nombres de «la calabaza» o «la calavera». Por ello, no se puede determinar si la fiesta nació influenciada por la tradición mexicana del Día de los Muertos o la festividad de Halloween que el cine estadounidense se ha encargado de divulgar especialmente a través de una abundante producción de películas con ese motivo.
En un artículo publicado por la revista Balajú, de la Universidad Veracruzana, la Calabiuza es un morro6 seco con perforaciones en ojos, nariz y boca, al que se introduce una vela encendida y se coloca en las calle, para mostrarles a los santos el camino por donde deben pasar para llegar a su casa.
Agrega la publicación que «no se sabe exactamente desde cuándo se celebra esta tradición, pero la idea surgió en el mismo pueblo donde los adultos promovían que los niños hicieran una pedigüeña de ayote, güisquil y cuchamperes7 salcochados; recorrían todo el pueblo con pitos y tambores, tocaban a la puerta de las casas y los hacían pasar para entregarles su recompensa después de cantar: “Ángeles somos, del cielo venimos. Pidiendo ayote para nuestro camino, mino, mino, mino”.
Con la llegada de la paz, en 1992, después de 12 años de guerra civil, la festividad tomó un nuevo impulso y el Festival de la Calabiuza se extendió más allá del barrio San Nicolás donde había nacido la tradición que incluía reparto de ayote en miel durante la noche previa al Día de los Difuntos.